Según los textos, una ciudad ideal debe ser ingeniosa, accesible, compartida, segura y deseable. Teniendo en cuenta estos principios como fundamentos, las metrópolis del futuro se perciben como más verdes, más saludables, más sostenibles e inclusivas.
Ahora hablemos de palomas, perros sueltos, basurales y desidia. Para hablar de un caso puntual tomemos como ejemplo a Mercedes cuyo centro urbano ha estado perdiendo su fisonomía tradicional en razón de la falta de controles.
Nuestro medio de comunicación (como otros) recibe con frecuencia las quejas de los vecinos respecto al deterioro gradual que no se advierte y que amenaza con los riesgos del acostumbramiento. La plaza Independencia ha dejado su belleza a un costado para dar paso a un anidamiento de palomas que compromete a los propios comerciantes. Las veredas convertidas en un mapa de excrementos obligan a algunos al lavado dos veces al día y hasta un supermercado que debería anteponer la higiene sobre cualquier oferta tiene sus accesos inundados de suciedad. Paralelamente, decenas de perros callejeros comparten con los maniquíes de un comercio los lugares destinados a los transeúntes que a la vez deben esquivar los tarros con agua y restos de comida, compitiendo así con aquellos comerciantes y vecinos que hacen del esmero una lucha desigual.
La pregunta se impone por sí sola: ¿’acaso no hay soluciones desde las dependencias que tienen la obligación de hacer cumplir las normas? Y la respuesta fue que no se advierte voluntad para actuar por temor a la reacción de algunos grupos que prefieren la vida natural y el supuesto derecho a los animales a compartir el mundo en que nacieron igual que los humanos. Menudo problema para ejercer la autoridad cuando se sumen las cucarachas y las ratas!
Ya fue puesta a prueba esa autoridad cuando un vendedor de verduras instalado en los accesos del parque Carrasquito se negó a dejar el lugar que resolvió ocupar por su sola decisión y sin permiso, desafiando a todo aquel (incluso la jerarquía municipal que prometió públicamente terminar en cuestión de horas con el problema). Como el vendedor no salió de su lugar otro vendedor (esta vez de sillas y sillones) también se instaló y más allá los carritos, los vendedores de leña y de chorizos al paso. Si se atendiera (como se está atendiendo) el argumento de que hay personas que no tienen trabajo y que es preferible eso antes que salir a robar, no es difícil imaginar el futuro en una ciudad con alto índice de desocupación.
Como no todo es malo, el sector oeste de la rambla de la ciudad muestra un cuidado más que elogiable. Si miramos con atención observaremos el trabajo de parques y jardines sembrando plantas de crecimiento corto junto al pie de arbustos con una armonía arquitectónica que maquilla la cara de ciudad y más allá la estupenda transformación de la zona de emplazamiento del Club de Remeros que llena de orgullo a todo aquel bien nacido en esta urbe.
¿Por qué entonces conviven el buen gusto con el abandono y la desidia? ¿Es simplemente porque 20 idealistas podrían protestar? Cada vez que vemos en las calles funcionarios municipales limpiando y mejorando (incluso incorporando los que se pagan con los jornales solidarios) pensamos qué opinión tendrán ellos si al día siguiente de lavar la plaza las palomas se encargan de grafitearles la vereda como si se tratara de vándalos que desprecian el esfuerzo humano.
Empecemos pues por preguntarles a los trabajadores municipales que cortan el pasto, junta la basura, pintan y limpian todos los días, qué opinan de estas situaciones más allá del sueldo que cobran por su trabajo, porque cualquier persona que hace trabajos de limpieza y mantenimiento aspira por lo menos a que el resultado de su esfuerzo se respete se vea y se disfrute. Vivir en sociedad entonces parece mucho más que compartir una calle.